por Xavi Serra - 0 comentarios - festival cine - 03/11/2005 - enlace
Algunos apuntes sobre la confusa y subjetiva realidad de un festival contradictorio en el que el cine fue un protagonista menor, los descubrimientos brillaron por su ausencia y el compañero de viaje más socorrido fue el hastío provocado por la sección oficial. ¿Pero no era éste el mejor festival de cine en España? Pasen y lean.
Desde un punto de vista matemático, la programación del Festival Internacional de Cine de Donostia San Sebastián es fácil de calcular: una suma de desarraigo social y comicidad de estar por casa, exponenciada por el nuevo exotismo de arte ensayo; y es que en el cine que se esgrime en San Sebastián lo anglófilo se bate en retirada ante el avance de Europa del Este y Sudamérica. No hay mejor garantía de calidad que poseer una nacionalidad de un país de reciente creación. El caso es que las intenciones de muchas películas presentadas sorprenden por lo limitado de su alcance, ya que no una, ni dos, ni tres, sino cuatro veces identificamos el mismo mensaje (literal) en boca de algún intérprete de las películas de la sección oficial: "la vida es así". Ya saben, así son las cosas, qué se le va hacer... El fútbol es así en versión cinematográfica, envuelto en un presunto traje de cine de autor que le viene grande a algunas películas.
Kimuak
En San Sebastián pasan muchas cosas en paralelo a la competición y las diferentes secciones. Hay un mercado de ventas internacionales, un encuentro de escuelas de cine, innumerables presentaciones de proyectos, películas o libros y, por supuesto, un largo reguero de fiestas de relajada privacidad donde se liberan las tensiones que tanta concentración de expectativas y decepciones provocan. Uno de esos eventos que se enmarcan en el festival pero que pertenecen a otra dimensión es la presentación de Kimuak, la selección anual de cortometrajes vascos. Kimuak cabalga los últimos años a lomo del prestigio que supone que en una misma selección coincidieran un ganador del Melies de Oro y un nominado al Oscar. Su última selección fue decididamente irregular por no decir mediocre, y se esperaba con grandes expectativas esta nueva edición del catálogo. El resultado global fue de una cierta decepción. Muchas obras, pocas sorpresas.
Tideland, caso abierto
Un chute en la nuca, decía un entusiasta Trashorras después de la proyección de prensa. Lo peor es que seguramente así es. Cabezadas de sueño y gestos de irritación se adueñaron de un auditorio que en su mayoría sufrió una película que aglutina los peores defectos de ese cine de autor libre, radical, original y francamente, insufrible. Terry Gilliam ha hecho una película digna del director insobornable que es, sin buscar la complacencia del público. Y ciertamente, no la encontrará. Pero los festivales necesitan de estas películas rompedoras, irritantes e indigestas para las distribuidoras que crean división en los espectadores y suscitan debate e indignación. Y supongo que también adoración, aunque no la mía. Será porque los chutes en la nuca no me van.
Backwoods
Sostengo: La mejor película española que pude ver en el Festival de San Sebastián ni siquiera está acabada. Expongo: lunes 21, 1:30 de la madrugada. Camino a la fiesta de turno un coche nos intercepta a Crespo y a mí. Koldo Serra va en él, y pronto estamos en el piso en el que duerme durante el rodaje de ’Backwoods’, su debut en el largo. Un debut insólito: producción internacional, texto bilingüe (español e inglés) y reparto no ya de campanillas, sino de carillón: Gary Oldman, Virginie Ledoyen, Paddy Considine... Koldo nos enseña unos brutos con parte del material rodado y algunas secuencias del premontaje. Y señores, si la historia está a la altura de la factura visual, huele que apesta a clásico. Una de las películas que el cine español está pidiendo a gritos para superar el "síndrome Fernando León". Las otras, ¿para cuándo?