por Andrés Hispano - 0 comentarios - televisión - 05/11/2004 - enlace
La telebasura es, en general, bastante divertida. Lo pernicioso de ella es su omnipresencia, no su insustancialidad. El peligro es la codicia, no la banalidad. El problema no es el audímetro, sino los cretinos que han hecho de él una brújula.
Es fácil hablar contra la telebasura, aunque nadie se atreva a definirla con precisión. Teresa Campos no tiene dudas: "Telebasura es difundir noticias no contrastadas". Me pregunto si Acebes coincide en el diagnóstico. Pero de lo que se habla menos es de otros daños colaterales, más allá del encumbramiento del chismorreo y la generación chándal. Uno de los más preocupantes es el heterogéneo ejército de enemigos que reúne, capitaneado invariablemente por gente que ve poco la tele, se jacta de ello como signo de buen gusto y que hasta proclama como una heroicidad el haber desterrado de su casa los aparatos receptores. Esta élite, desgraciadamente, tampoco tiene dudas: lo que faltan son documentales, informativos y programas culturales que, sobre todo, trufen la pantalla de referencias a cualquier disciplina artística elevada y, si es posible, ajena al audiovisual: literatura, teatro, danza, ópera, artes plásticas... Dignificar la televisión sería para ellos un exorcismo que la despojase de todo aquello considerado vulgar o banal. Yo coincidiría con ellos, si no fuera porque la mayoría de las cosas que me han interesado del mundo de la cultura han sido consideradas vulgares y banales por multitud de intelectuales y críticos artísticos.
Existe un baremo simple con el que medir hasta qué punto el puritanismo cultureta centrifuga el arte termita cada vez que impone su higiene anti-basura: el humor. El severo cultureta carece de humor. Lo teme. Y quien teme al humor teme a la duda, teme al ridículo y, probablemente, teme reconsiderar sus convicciones. Por eso ArteTV apesta a museo. Por eso persigo las series de humor emitidas por BBC2. Y por eso discuto siempre con quienes confunden la cultura con el prestigio de su aroma, que es como confundir la pintura con el vernisage.
Trasladado a la parrilla de programación: hablar de cultura no es ejercerla. Decir a qué hora empieza qué y dónde, no es ser culto ni difundir cultura. Ni siquiera creo que favorezca la curiosidad. Puede ser un servicio de cierta utilidad, claro, pero nada tiene que ver con la creatividad, la reflexión ni el entretenimiento mejor entendido. Confundir la creación con la mera información es llamar cultura al culturismo. La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque en televisión, cuando se quiere dignificar la pantalla, a menudo se impone la agenda cultural sobre la creación de programas nuevos. Es más fácil y menos comprometido informar machaconamente sobre todo lo que ocurre fuera de la tele, que apostar por programas que hagan que el resto de medios hablen de la tele por su aportación.
La televisión, como cualquier medio, puede asimilar hasta cierto punto recursos y referencias a otros medios. Pero también, como todo medio, merece que se desarrollen modelos de expresión que le sean específicos, "aquello que puede ocurrir en la tele mejor que en ningún otro lugar". Por eso quienes desprecian ’Gran Hermano’ y añoran ’La Clave’ no deberían programar. Yo, como ellos, puedo sentirme herido por la zafiedad de la que hacen gala los habitantes de ’GH’ y admirar, en cambio, el conocimiento de los invitados de Balbín. Pero en realidad, quien ha creado en manera televisiva es Endemol y merece más suerte que quien se limitaría hoy a trasladar a un plató un formato propio de un café o una emisora de radio. Una televisión de servicio público, o sencillamente interesante, merece que se creen espacios televisivos, que exploren las posibilidades del medio conforme a las innovaciones técnicas y al cambiante gusto del público. Renunciar a ello es desconocer la televisión, o, peor aún, desconfiar de sus posibilidades.